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Ventana sin cristal

Personajes de la vida social y cultural de Sonora

Por: María Eva Tapia Lucero

En los años ochentas, cuando la vida social y cultural de Sonora, era por demás pretenciosa y brillante a la vez, surgieron un gran número de personajes en torno a los suplementos culturales de los periódicos; Sonora se perfilaba en ese entonces como un bastión urbano de gran clase y distinción, aunque sólo durara en la mente de quienes lo vivimos. El principal suplemento era “El Dominical”, liderado por la entonces muy joven periodista Gisela Arriaga Tapia, quien logró juntar a personajes de la sociedad y cultura hermosillense, como lo fueron: Rito Emilio Salazar Ruibal, Cipriano Durazo Robles, María Belén Navarrete de Martínez de Castro, Julieta Carranza de Amante, etc.

Cipriano Durazo era el más joven de todos, lo recordamos con sus sempiternas camisolas negras de Yvest Saint Laurent y sus charlas en torno a sus amistades del Jet Set mexicano, con quien logró compartir el pan y la sal en aquellos tiempos. Las discusiones surgían sobre los grandes libros leídos, y las colecciones de pintura regional de las familias sonorenses que empezaban a dejar su gusto por el Yadró, para coleccionar obras de artistas como Mario Moreno Zazueta, Enrique Rodríguez, Gustavo Ozuna, Héctor Martínez Arteche, Janete Kuri, Ethel Cooke (que en ese entonces pintaba mujeres gorditas), Helga Krebs, y la escultora sueca Monika Ejerhed.

No había muchos cines en esa época como ahora, y los grandes estrenos comerciales se hacían en el Gemelos con dos salas de cine, y las incipientes películas del nuevo cine mexicano en el Cinema Setenta, enfrente de la plaza 16 de septiembre, donde se agolpaban los intelectuales a ver obras de Ripstein, Jaime Humberto Hermosillo, y las muy ochenteras “Mujeres al borde de un ataque de nervios” de Almodóvar, y “Sólo con tu pareja”, con Daniel Jiménez Cacho y Claudia Ramírez, donde se hablaba por vez primera del tema del sida en las relaciones de pareja.

Era un mundo sibarita hermosillense, donde el “nuevo” y único Sanborn’s era la sede del buen café, la charla amena, la revista Casas & Gente, y desde luego los chocolates mexicanos y la perfumería de gran distinción. Todos en realidad creíamos que estábamos muy cerca de ser una gran metrópoli, pero nuestra ingenuidad no importaba, si lo necesario era soñar y pensar en que vendrían tiempos de gran calidad humana, y mucha conciencia social; era el momento del consumismo, reflexionar acerca de las utopías, de las vigencias de la izquierda, de la Perestroika, de la generación Reagan y Bush padre, en medio de la problemática de Irak. Y todo el rollo mediático de la nueva generación de políticos neo-liberales.

Abigael Bohórquez se reencontraba con su estado, y algunos lo veían como el gran gurú de la literatura mexicana del siglo XX. Leo Sandoval hacía visitas guiadas por el Museo de Historia de la Universidad de Sonora, y lo curioso es que lo hacía lo mismo en inglés que en español, mientras en sus ratos de descanso escribía: La Casa de Abelardo, Maty Matzuda y otros relatos que le ha valido tener prestigio en la literatura, y hasta una calle para el rumbo de Pueblitos.

Darío Galaviz iniciaba siempre la polémica con su gran elocuencia y su presencia por demás impactante e interesante a la vez, al igual que el joven bibliotecónomo Carlos Salas Plascencia, quien fue el que motivó el reencuentro de la gente de Hermosillo con sus bibliotecas, las hizo lugares accesibles para todo el mundo, y formó la Sociedad de Bibliotecarios.

La Sociedad Sonorense de Historia se consolidaba cada vez más y la gente culta que llegó a escalar posiciones muy importantes del poder como el Ing. Armando Hopkins Durazo, le dieron gran vitalidad a la casa Uruchurtu, que actualmente luce como la hermana menor del edificio de la Banca Cremi, que por cierto parece estar en venta en nuestros días.

Margarita Oropeza hacía furor con su obra de teatro “A pesar de la lluvia”, donde salía Cynthia del Villar, quien en esas mismas fechas tenía un programa de televisión con el Cacho Bohórquez y se transmitía desde la alberca del hotel Valle Grande.

Existía una revista Veme, que era para niños bien, y donde por cierto Cipriano Durazo también escribía, ya que correspondía a su edad y a su gusto por las cosas buenas. Se estaba consolidando el Festival de Alamos, y Ana Sylvia Laborín Abascal se vestía con trajes de gala muy bellos e incluso mucha gente iba a los estrenos en el teatro municipal de aquella población para ver sus trajes de satín y seda a la Carolina Herrera u Oscar de la Renta, así como las presentaciones de Rito Emilio Salazar y Jorge Martín con su “Clavel del Aire”, en honor a don Alfonso Ortiz Tirado, orgullo de América y de Sonora en general para beneplácito de quienes nacimos aquí.

 

 

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